martes, 5 de agosto de 2014

Querida Patricia, es una pena que no estés aquí..


Otro 5 de Octubre. Carta testimonial

Malucha Pinto Publicado: 5 octubre, 2011

Querida Patricia:
Hoy es 5 de Octubre. Empieza un nuevo ciclo en nuestro país y vengo a sentarme en este banco de plaza, de espaldas a nuestra casa del horror, frente a estos limoneros maduros, me deleito en su fragancia. Este olorcito te habría encantado. ¡Cómo me gustaría estar contigo! ¿Sabes? Confirmar un presentimiento tras una oscura eternidad no es fácil. Es una pena que no estés aquí, hoy, porque te habrías dado cuenta de la exactitud de mis sentidos en ese oscuro tiempo que nos tocó vivir. Pero en este sector, casi verde, lleno de frutales, me encuentro resignada al no tener la posibilidad de compartir contigo la verdad de mis percepciones de esos días de infierno que transitamos. ¿Qué lindo hubiese sido estar aquí juntas, no? Y es que aunque me lo negaras, yo tenía razón y mis oídos, en ese entonces, no me engañaron, y hoy día, Patricia, hoy, 5 de Octubre, día en que todo está cambiando, te puedo dar certeza de que en este perímetro de sombras, testigo de todos nuestros miedos y esperanzas, sí existe una plaza con juegos, un «playground» como me enseñaron a nombrar mis hijos pequeños en el exilio a las diversiones de los parques. 
Sí mi querida Patricia, era un «playground», un lugar con columpios, balancines, y resbalines, donde los muchachitos juegan alegres, y a las siete de la tarde se vacía y pasa a ser ocupado por los escolares cimarreros vespertinos, ávidos de besos, que fumando puchitos sueltos, ligan cubiertos por la maleza desregada.
Patricia no sé en qué etapa del día estábamos, lo que sí sé es que hoy es Octubre y hace frío, y los días parecen grises, pero cuando nos encontramos en ese infierno era diciembre, víspera navideña. Seguramente había menos escolares por las vacaciones, pero niños sí había porque yo escuchaba sus risas, sus gritos. No gemidos dolorosos como los nuestros sino exclamaciones de euforia, de éxtasis, ese que sienten los infantes cuando van a las plazas.
«Son niños» te dije aquella tarde en que me acostaron junto a ti, Patricia, y te encontré tapada entera con una frazada vieja que te echó encima ese hombre repulsivo que me golpeó la cara con la mano abierta sólo por preguntarle por qué te tapaba, si era diciembre y el calor hervía.
Tomo tu palma cómplice y recorro tus dedos, soy testigo de tus tiritones, de la fiebre y las tercianas. En un susurro te digo que estamos cerca de un parque porque escucho risas de angelitos, a lo que tú replicas: “¡No, no puede haber niños tan cerca del infierno!” Y yo: “Sí, claro que son ángeles…”.  Al final te aposté unas chirimoyas y un plato de tallarines para cuando saliéramos.
Sólo yo tuve esa suerte, Patricia, mi hermana, mi compañera de infortunios.
Tardé mucho tiempo en volver a este Chile que me duele y cinco años en poder llegar hasta aquí, hasta este banco y sentarme de espaldas a nuestra casa de las pesadillas. Tardé años en saber tu nombre completo, Patricia Peña Solari, en descubrirte en una foto, en saber que querías ser bióloga, que tocabas el piano en las noches y te zambullías en largos silencios, que tenías un cuerpo bello que embelesaba al que te miraba desnuda, que en ese entonces esperabas a un hijo que se fue contigo.
Llevo años también desligada de los compañeros, para quienes nuestros flagelos adolescentes fueron en vano, y de quienes decidí marginarme, porque sé que en eso concordaríamos, Patricia: la intransigencia debería ser nombrada el octavo pecado capital.

Patricia, donde quiera que te encuentres, mándanos fuerza para este nuevo capítulo de la historia, este que nos promete renacimientos y reparaciones esenciales y, también, admite que yo no estaba equivocada y que al lado del infierno estaban nuestros ángeles, siempre ángeles al lado del infierno.
Paz