jueves, 14 de julio de 2011

CARTA A MI PADRE. MIGUEL GÓMEZ

Carta abierta a mi padre, mi familia, en relación a la querella interpuesta en julio 2011, en contra de los asesinos de mi padre, militante del MIR, muerto el 21 de junio 1979 en Santiago. Queridos, A pesar de que coincida con mis primos cuando dudan de la eficiencia de la (in)justicia chilena y quizás mundial, debo reconocer que este acontecimiento no es poca cosa. Su caso no cabe en el trato habitual que se le otorga a estos temas, el de la víctima. Y es precisamente a lo que voy (me costó reunir mis pensamientos). Haber sido víctima (al nivel de represión que sufrieron los militantes de izquierda en Chile bajo Pinochet) es una dimensión terrible de su corta vida y de la de tantos más. Pero no es la única. Todas y todos aquellos fueron militantes activos y querían dar vuelta el mundo y la historia en nombre de las otras víctimas eternas que son los pobres, obreros, proletarios, mujeres, niños, cuya vida alienada hoy como ayer esta sometida a la más o menos gran miga que le regalará a fin de mes el que posee las fuentes de riqueza. Y en Chile estos últimos no son tantos. Mi padre, muerto en enfrenamiento esa mañana de junio 1979, era un luchador, militante del MIR, activo desde los años setenta en muchos espacios de la lucha de clases y por supuesto durante la dictadura, aun en las sedes de represión las mas feroces como la Villa Grimaldi, Puchuncaví, Tres Álamos. Formó fila en la huelga de hambre en Puchuncaví en contra del grosero montaje de la llamada operación Colombo en la cual participaron activamente los diarios del señor Edwards. En esta lucha mi padre tomó el “Wild Side”. Era Anti. Anti estaliniano por supuesto, anti jerarquía en su propio partido. Da haber sobrevivido, mi viejo seria un anarquista (Yo hubiera aniquilado lo que le hubiera sobrado de leninista). Insumiso, rebelde, queriendo vivir su compromiso ahora y aquí (allá y entonces…32 años atrás y yo, escribiendo estas líneas en tierras lejanas del exilio), su paso cruzó el de las fuerzas de la calle, las manos crueles de la policía común. Policía común para los comunistas! Mi padre, como buen proletario, ni siquiera lo mató un policía de elite, un servicio de inteligencia. No. Murió bajo las fuerzas de simples carabineros, de esos que les pegan habitualmente a los pobres y los estudiantes. Pero estos policías a pesar de no pensar su oficio como tal eran y siguen siendo (como se vio cuando murió Jaime Facundo Mendoza Collío, en el invierno 2009 de una bala de carabinero) fuerzas de represión política. Es lo relevante del caso. Estos simples policías sabían quien era mi padre, el loquillo. No sabremos quizás nunca si lo mataron bajo la orden directa de la CNI o de iniciativa rabiosa propia, pero sí sabían quien era mi padre. De todo esto saco yo conclusiones múltiples. Los policías como todos los proletarios son muchas veces los propios agentes de su alineación. Están altamente involucrados en la lucha de clases aun cuando se dice que supuestamente no están politizados. En otros términos, no existe la neutralidad política. El enfrenamiento no se vive únicamente entre universitarios opuestos, sino en todas las clases de una sociedad. Mi padre se equivocó con su aquí y ahora. Nos costó muy caro a todos su error. Le impidió ser un buen padre (no fue malo lo que ya me salvó!), le impidió hacer crecer su cultura y su práctica humana y política. 1973 debería haber sido su 1905 no su 1907, su Moncada y no su Villagrande y tendría que haberlo precipitado en el duro oficio del exilio de Hikmet en el cual se aprende, papá, cual es la verdadera condición del proletariado internacional, un piedra en el tumulto del río, nada más que una piedra perdida, como tú, como todos, como canta León Felipe. Piedra de la nada que puede ser en fin piedra para una honda, pero no para una tumba. El proletario, como “el paco” quiere salvar su pellejo, papá, y hay nobleza en esa obstinación a vivir aun en condiciones infra humanas como se ven en Europa, hoy, 2011, en las vidas de los inmigrantes africanos. Los proletarios no corren por grandes alamedas, queriendo ser mártires. En fin familia, papá, todos, la (in)justicia chilena no importa tanto. Hace rato ya que no espero milagros de las instituciones de la burguesía. A lo mejor (o peor) termina como empezó en un formalismo jurídico frío e incomprensible, que no habla ante la historia, y bajo un grito de vieja olla chilena “comunistas maricones, les mataron los parientes por huevones”. No es ante tales asambleas que quiero hablar, pero más allá, aprovechando esta oportunidad para decirles a todos los que no tienen nada, que no son nada, los que temen despertarse, que sigue en el mundo entero gente velando por ellos, despiertos cuando ellos duermen, imaginando otros amaneceres. De los locos, de los maricones, de los cojonudos, de los hermanos de cualquier hermano. Que nuestra familia concentre disposiciones rebeldes universales, es bueno, es fértil, es nuestra desorganizada unidad. Las veo crecer aun en mis hijos. Abrazo a ustedes, los de la vanguardia y de la retaguardia familiar, abrazo a mi padre querido, a mi madre libre pensadora y a todos los pobres del mundo. Tienen y tenemos familia. Miguel Gómez, hijo de Juan Carlos Gómez Iturra y Rayen Larenas Vives PS. Si tuviese que pensar en una reparación por lo sucedido, diría que todo lo que pido es que la calle donde murió lleve su nombre: Juan Carlos Gómez Iturra,(1952-1979) Revolucionario, asesinado el 21 de junio en su lucha contra el fascismo.